"La fiesta del erudito"

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miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo IX: El Macrocosmos y el Microcosmos

Capítulo IX: El Macrocosmos y el Microcosmos
                                                                                              "Como es arriba es abajo"
                                                                                                    Hermes el Trismegisto.
                               El hombre acostumbra mirar al cosmos con curiosidad, interés y miedo. Le parece que ese mundo fantástico y maravilloso es algo misterioso, imposible de ser penetrado, arcanos insondables que se debe temer. Desde el inicio de los tiempos el hombre se amedrenta delante de la naturaleza y el miedo crea ídolos. En un proceso fetichista, el hombre primitivo adora el trueno, el Sol, la Luna, la lluvia, los rayos y las tempestades. Los personifica como seres poderosos, capaces de que por un acto errado del hombre, quedasen airados y descargasen su furia sobre la humanidad indefensa.
                               Posteriormente, es personificación, el Olimpo se pobló de dioses: Zeus, Diana, Venus, ocuparon el Olimpo, formando una sociedad elitista y siempre preocupada en vigilar las actitudes de los hombre. Así fue la historia religiosa de la humanidad hasta que surgió Jesús. Y el Divino Maestro, vino al mundo no en la calidad de salido del Olimpo, pero si de hijo del Hombre. No traía las insignias de la realeza, asimismo, vino a traer al mundo la verdadera noción de fe y amor y una frase maravillosamente hermética y simple, dijo:
"Ser perfectos, como vuestro Padre es Perfecto"
                               Y los altares de los falsos dioses se desmoronaron en medio de la sangre de mártires sacrificados en las arenas.
                               Y el Olimpo cae, rebajado en su realeza por la Real Majestad, dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, el Divino Maestro finalmente restablece al hombre en su verdadero papel en el Cosmos como "Seres perfectos".
                               Si el Divino Maestro se expresó así, es porque en su grandeza, El sabía de las potencialidades humanas, de la larga jornada en dirección a la angelidad y de la perfección. Es el supremo legado que El podría dejarnos en la convicción plena de nuestras potencialidades:  El cree en el hombre.
 
                               Su visión espiritual, capaz de penetrar los mas profundos secretos, sabía del destino del hombre: la Perfección. Y acrecienta a esta convicción, su contraparte creadora  "como nuestro Padre perfecto". En esa afirmación existen dos puntos primordiales de la historia de la humanidad: el punto de partida y la meta final. El hombre, como el punto de partida, el Padre el punto de llegada, en un crecimiento infinito que jamás se repite o estaciona.
                               "Ser perfectos".
 
                               ¿Puede, queridos hermanos, haber confianza mayor en nuestras potencialidades, de lo que están contenidas en esta simple frase?. Es el supremo legado del hombre: la perfección.
                               El hombre tiene en si todas las potencialidades para convertirse en perfecto y por tanto semejante al Creador. Partiendo de esa premisa podemos fácilmente deducir que todo lo que está a nuestro alrededor, está a nuestra disposición para que se cumpla el drama cósmico; la caminata del hombre en dirección a la perfección.
                Si poseemos potencialmente la perfección o por lo menos, la potencialidad de mejorarnos, eso significa que tenemos dentro de nosotros un potencial infinito.
                               Antes de proseguir esta línea de raciocinio tal vez surjan algunas dudas como por ejemplo, la lucha que el hombre enfrenta para sobrevivir, para vencer sus imperfecciones, para superar el medio ambiente; en fin, el hombre se siente oprimido por el peso de una serie de tribulaciones que lo hacen olvidarse de su real condición. Ese es realmente el proceso evolutivo: las dificultades, las luchas, los problemas que surgen en nuestra vida, son exactamente las palancas que impulsan al hombre en dirección a su evolución espiritual. Cuando el Divino Maestro afirma y convida a que: "seáis perfectos", El quería exactamente estimular al hombre, pues El sabía que detrás de todas esas dificultades estaba justamente la victoria final, la meta sintetizada de la Perfección.
                               El hombre pues, en su posición microscópica, en el centro de un pequeño universo formado por los pensamientos, sentimientos emociones y acciones presentes y pretéritas. Como centro de ese universo él se mueve en dirección a la luz, pues esa es la meta final del Ser, que es la Perfección. Antes de ser perfecto, él camina entre sus propias creaciones, sufriendo el impacto de las reacciones de cada acción por el mismo engendradas. Y, ese mecanismo de generar causas que producen a su vez efectos, ese universo inicialmente es oscuro, pesado, con vibraciones egoístas densas y agresivas, porque está  cargado de magnetismo animal y grosero.
                               Con el desenvolver de las vidas sucesivas, bajo los efectos permanentes de la Ley Causa y Efecto, ese universo va refinándose en capacidad, luminosidad y campo magnético cada vez mas amplio y radiante. Y así, etapa por etapa, el hombre va expandiendo su universo en dirección a la Luz. Pero antes que se vuelva un universo radiante, puede también, en la calidad de emisor-transmisor, irradiar aspectos negativos y contundentes.
                               En esa fase que el hombre, desconocedor de sus reales potencialidades, crea un sin número de causas negativas que posteriormente se vuelven contra el emisor, sobre las formas dolorosas y castigadoras.
                               Fácil la deducción de aquello que estamos diciendo. Si el hombre es microscópicamente el centro del universo, él es por tanto el creador. Y construyó su universo como sus propias cualidades pensadas, sentidas y materializadas. Y, siendo creador, en la mayoría de las veces, ignorantes de los valores espirituales y de los valores reales de la vida, esos millares de universos son necesariamente caóticos, repletos de contradicciones, cargados de sufrimientos arduos, de desilusiones atroces, perfidias, mentiras y traiciones de todo orden. Esa es la razón por la que el hombre teme tanto al Universo. El lo siente como algo que le es hostil y que lo amedrenta dadas las situaciones que el transcurrir que la vida le ofrece.
                               Lo que el hombre ignora (o aunque sabiendo, actúa como si ignorase), es que ese Universo que lo rodea no es bueno, ni hostil, él es apenas un reflejo de su propio mundo. El hombre no debía temer al Universo, debería temer a si mismo, su ambición desmedida, la lujuria, su orgullo, que crean los verdugos que lo martirizaran posteriormente.
                               Hemos insistido en la necesidad de actitudes racionales, exactamente por la importancia que tiene la visión que el hombre vislumbra de si mismo, del prójimo y del mundo que lo rodea, pues de acuerdo con esa visión, así será el mundo para esa criatura. Y la humanidad ignorante de ese hecho, siente temor y amedrentada, procura desesperadamente agarrarse a representantes, a intermediarios, entre ella y el Creador, en la vana tentativa de escapar a las consecuencias de sus propias acciones. Y ningún intermediario podrá modificar nuestras vidas o alterar lo inexorable de la Ley.
                               Cuando el hombre finalmente comprenda que él es el centro de su propio universo, que él crea al pensar, que él plasma al sentir, que él materializa al actuar, entonces él finalmente dejará de ser un verdugo para sí mismo. Y el Divino Maestro, aún otra vez en su Grandeza, dejó el mandamiento áureo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", terminando magistralmente con "No hagas a otros aquello que no quieres que te hagan". En esta clave está  el secreto del Universo:
                              
                               "Ser perfectos: Ama a tu prójimo."
                               En esa maravillosa síntesis, existe toda probabilidad para que el hombre comprenda que el Universo es apenas un espejo que se muestra deformado cuando las acciones son torpes, perfecto cuando nuestras acciones que son perfectas. Y la medida de relación del hombre con ese Universo está justamente en el prójimo. El es la fidelidad de la balanza que confirma nuestro crecimiento. Es en el contacto con esos otros universos que nuestro mundo interior entra en crisis. Son las crisis de la ambición, de los individualismos excesivos, donde se da el choque con otros universos que gravitan a nuestro alrededor.
                               Es importante que curemos a nuestro universo, haciéndolo gravitar en órbitas alrededor del amor, de la bondad y de la caridad del sentimiento de respeto al prójimo, pues de lo contrario seremos inevitablemente atacados por nuestras propias creaciones dentro del proceso de equilibrio de la naturaleza.
                               Que todos nosotros aprendamos a no temer a la furia de Dios, o la dureza y rigor de la Ley, comprendiendo que lo que debemos temer es nuestra propia furia, nuestra dureza de corazón y el rigor egoísta con que nos relacionamos con nuestro prójimo. Estamos, en calidad de constructores de nuestro propio universo, generar un mundo de causas buenas, sanas, rectas, recibiendo de vuelta vibraciones armónicas y balsámicas, pues quiere la Ley, en su infinita sabiduría, que el hombre solamente se realice, a partir del prójimo. Así como, un mundo subsiste porque existen otros mundos gravitando a su alrededor para darle equilibrio y estabilidad, así también el hombre, para su crecimiento, necesita del convivir con el prójimo, que se roce con el, que aprenda de él, para que ambos crezcan mas y mas, expandiéndose en amor, comprensión y bondad.
                               Veáis pues, cuan importante es dejar de lado los temores infantiles al respecto de Dios, del Universo y de la vida y comencemos a ubicarnos como centros de un pequeño universo que está en continua expansión. Así mismo, por la Ley de afinidades, el material de que se revestirá  ese universo está  unido al modo de ser de su Creador. Para que ese mundo gravite en órbitas del bien y se constituya de buenos materiales, es necesario que pensemos en lo bien que hagamos el bien, buscando realizar, dentro de las posibilidades, el divino consejo: Ser Perfectos.
                               Del hombre que divinizó los rayos y las tempestades, al hombre consciente de su propia divinidad, hay todo un proceso evolutivo en que el hombre camina mas y mas en dirección a descubrirse a si mismo, como centro creador de un mundo que, aunque microscópico, está  unido al macrocosmo pues fuimos creados y tenemos nuestra existencia en el seno del Padre Eterno.
                               Que el hombre aprenda a no buscar fuera de sí mismo la solución para los males que lo afligen, pues es él mismo la medida de su universo y no las circunstancias exteriores. Somos  dioses y no sabemos. Podemos volvernos perfectos, si lo quisiéramos. Así mismo, sepamos o no, queramos o no, generamos las causas y sufrimos las consecuencias y ningún poder externo a ella podrá  alterar ese equilibrio de la Ley.
                               Y si somos la medida de nuestro universo, ha llegado la hora de adoptar medidas mas racionales y dejar de lado representantes, intercambios económicos con la Divinidad, creencias y supersticiones, pues todo eso de nada servirá  si no somos un buen creador de nuestro propio mundo.
                                                                                              Que las luces de Tercer Milenio
                                                                                              se derramen sobre todos Uds.
                                                                                              Sirius

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