Capítulo XI. El hombre: un Universo en expansión
Capítulo XI. El hombre: un Universo en expansión
Las Metas Reales:
El hombre es un universo en continua expansión.
Cada pensamiento, sentimiento y acción hace vibrar ese universo, colocándolo en movimiento y alterando el equilibrio del Universo. El hombre es en si mismo un pequeño universo en continua expansión en dirección a su meta: la perfección.
A cada momento, el hombre atrae y repele fuerzas; como si fuese un microcosmos dotado de movimientos, de inspiración y expiración, sístoles y diástoles. Y durante esas sístoles y diástoles, por la ley de afinidades, el hombre atrae el fluido universal, materia básica para la construcción de todo aquello que lo rodea y que constituye su universo. Fácil es deducir que durante esas sístoles y diástoles, inspiramos energías, exhalamos energías que vibrando en el espacio, entran en sintonía con energías afines.
Ignorante de su condición real, ignorante de su potencia divina, el hombre ha atraído para si mismo aspectos negativos, consecuencias dolorosas, por acciones impensadas y por las infracciones constantes a la Ley.
Buscando metas distorsionadas, ignorando principios básicos del amor, tolerancia, respeto al prójimo, tenemos los inevitables choques de esos universos que se expanden, cargando con todo en sus barrigas, mucha materia indeseable, masas de energía enfermas que acaban por contaminar esos centros de emisión y transmisión de fuerzas.
Buscando el placer desmesuradamente, sin preocuparse por las consecuencias, el hombre ha establecido ligaciones tenebrosas, con sus actitudes mórbidas, tanto con seres de la esfera física, como con seres de planos inferiores de la vida espiritual.
Uno de los capítulos mas dolorosos de la historia de la humanidad ha sido el de la obsesión, bajo todas las formas que se presentan. Es del conocimiento de todos Uds. que la obsesión puede ocurrir tanto entre los encarnados como también entre los desencarnados. Todas esas formas de obsesión, cualquiera que sea el estado vibratorio en que se encuentran los opositores, se fundamentan en ese equilibrio de fuerzas que el hombre (tanto encarnado cuanto desencarnado) enceguecido por la ilusión de los sentidos, produce en si mismo. Buscando placer carnal, de forma descontrolada, el hombre pasa a producir una energía desequilibrada que afecta a sus propios centros de fuerzas, atrayendo otros seres encarnados portadores de desequilibrios semejantes, y ambos a su vez, atraen seres de otras esferas que, aunque sin un envoltorio físico también vibran en desequilibrio. De esa forma tenemos una fuerza, triplemente desequilibrada que termina por generar una mezcla con alta capacidad disgregadora.
Lo mismo podríamos decir de la ambición desmedida, de la lealtad, del orgullo y de todo el séquito de fallas morales que el hombre trae dentro de si mismo, que lo amarran desastrosamente, impidiéndole caminar hacia sus valores reales, para obtener las metas reales.
¿Cuáles serían esas metas?
La primera y tal vez exclusiva meta del hombre es la evolución. Y para evolucionar, es necesario que se pase a pensar, sentir y actuar correctamente, creando de esa forma energías equilibradas que a su vez atrajeran energías de carácter semejante. El primer paso para ese crecimiento interior depende de la consciencia que tengamos de nuestro papel en el drama cósmico, de aquello que vinimos realmente a hacer en este mundo y porque estamos aquí.
Una vez conscientes de que estamos en este mundo para expandirnos, es fundamental que seamos sinceros. Sinceros en primero lugar en nuestras intenciones de evolucionar y mejorarnos. Sin una disposición sincera, nada se conseguirá, si nos falta ese deseo que nos impulse hacia las metas.
En segundo lugar, sinceros con nosotros mismos y con el prójimo. Seremos sinceros con nosotros mismos cuando no busquemos mirar de forma diferente aquello que realmente somos. Es extremadamente difícil posicionarnos frente al mundo con un sentido de realidad sincera, sin caer en extremos. O caemos en extremos de melagomanias y cometemos las imprudencias mas absurdas o en complejos de inferioridades que igualmente nos impide de cualquier progreso una vez que las metas pre-establecidas, en este caso, son anticipadamente el fracaso y la derrota.
Falta al hombre ese sentimiento de sinceridad frente a la vida. Viviendo en sociedad, le enseñaron a falsear la verdad, a no decir las cosas como ellas realmente son, armando disculpas, simulando pretextos para falsear lo real, para no comprometerse, para no ser tenido en cuenta como persona sin cultura o sin la educación adecuada.
El hombre fue educado para esconder su verdadera esencia, mostrando apenas un lado culto, que está muy lejos de ser verdaderamente bueno. Dijo el Divino Maestro que éramos hipócritas, semejantes a túmulos pintados de blanco por fuera, pero que traemos putrefacción y muerte escondidos en nuestro interior. Y la imagen no podría ser mas perfecta. Tumbas donde se encarcela la vida y se produce energías desequilibrantes que conducen inevitablemente a la parálisis y a la muerte. ¿Y qué se adelanta estar pintados por fuera si traemos putrefacción y muerte dentro de nuestro mundo interior?.
Para iniciar una mudanza en nuestra forma de ser, tenemos que comenzar por la sinceridad. La naturaleza es leal. Las Leyes Espirituales actúan con lealtad a principios eternos inmutables. Y esa debe ser nuestra medida. Nada se adelanta huyendo a nuestras responsabilidades, por el camino de la deslealtad para con los principios básicos pues la vida nos cobrará esa lealtad a cada momento, a través del dolor, de la desilusión, de la caída o, cuando todas esas medidas fallen, a través de una nueva encarnación donde iremos a enfrentarnos, cara a cara, con todo lo que intentamos evitar en nuestra incontrolada fuga. Y el rico ocioso vuelve por la vía dolorosa de la miseria; la mujer frívola y fútil vuelve con las obligaciones de una maternidad espinosa; el religioso banal reencuentra su misión dejada para llevarla adelante. El suicida, transgresor de la Ley, vuelve mutilado para completar aquel periodo de vida, inmerecidamente abreviado. Nadie escapa a sus obras, nadie se burla de la Ley y finalmente nadie es desleal con la vida sin cosechar mas tarde los amargos frutos de la infracción para con las leyes.
Caminemos con sinceridad. Inicialmente siendo sinceros con nosotros mismos, colocándonos delante de la vida exactamente como somos sin torpezas, sin disculpas, sin falsas justificativas y auto-piedades. Conscientes de que somos seres falibles, seres que a pesar del potencial inmenso que traemos dentro de nosotros, preferimos perdernos en el falso brillo de las glorias humanas. Conscientes de que, aun vagamos en este mundo de expiaciones y pruebas, eso significa que es inútil intentar ilusionarnos al respecto de nosotros mismos. Nadie cursa una escuela primaria, si ya esta preparado para cursar escuela de graduación superior. Es necesario dejar de lado las fantasías y mirar la realidad tal como ella se presenta.
Potencialmente somos seres perfectos. Estamos habilitados a expandirnos indefinidamente pero, por comodidad, pereza, ataduras y negligencias, continuamos presos al barro de la tierra, a las ilusiones efímeras de los sentidos, olvidados de nuestro potencial divino y de nuestra divina capacidad de crear y de ser colaborador del Padre, en el proceso creador.
En segundo lugar tenemos que ser sinceros con nuestro prójimo. Hipócritas nos llamó el Divino Maestro. Y el adjetivo nos cabe en la medida en que nos escondemos en falsas etiquetas, en reglas aprendidas para falsear la verdad, representando delante de nosotros mismos y del prójimo.
No sugerimos que nadie deba faltar con el espíritu de caridad y con el amor al prójimo. Tampoco pretendemos que se deba decir verdades contundentes a las personas, a pretexto de ser sinceros. Queremos apenas la sinceridad que brota del corazón, del amor, del sentimiento puro de fraternidad y de la noción cósmica del amor. La ausencia de sinceridad impide que el verdadero amor fluya libremente en ese movimiento de sístole-diástole que hablábamos. Es necesario que seamos sinceros, libres, espontáneos y no robotizados por la cultura, comprometida con falsos valores, ligada a la hipocresía y juego de intenciones mezquinas. Tenemos que ser leales con nosotros mismos y con todo aquello que están a nuestro alrededor, muchas veces, están a nuestro alrededor justamente para que las ayudemos a crecer haciéndoles percibir los propios errores, percibir la exacta proporción de lo que ellas son, para que las imperfecciones puedan ser corregidas.
¿Y qué hacemos?. Siendo criaturas civilizadas, por tanto educadas, portadoras de una cultura, fingimos ignorar lo que vemos, aplaudimos virtudes inexistentes, pactamos con la deslealtad, cerramos los ojos para la corrupción, no observamos lo inmundo de las actitudes de los que nos rodean, por ser mas cómodo no ver, no observar, no envolvernos y dejar que cada uno viva a su modo. Eso es deshonestidad, es falta de sinceridad. Tal vez lo que dijimos pueda parecerles utópico y un pensamiento aflore: Si yo digo todo lo que pienso acabaré solo o en una celda de prisión. Entonces añadiréis: ¡Nadie consigue cambiar las actitudes ajenas!, ¡es puro desperdicio de tiempo!. De acuerdo que cada uno responde por las propias acciones. De acuerdo que usando de una sinceridad ruda, seremos llevados al tipo de maleducados. Así mismo, lo que queremos mostrar es la importancia de no pactar con la deshonestidad, con la falta de sinceridad que reina en el mundo. Elogiamos contra nuestras convicciones. Aceptamos sin tener certeza de lo que hacemos. Y lo peor, es que nuestra falta de sinceridad alimenta los defectos de carácter en las criaturas puestas a nuestra lado. También no vemos, con el debido realismo, viendo todo distorsionado, como si mirásemos a través de lentes coloridos, dando color a todo con nuestro modo peculiar de encarar las escenas.
Si somos sensibles, exageramos nuestro comportamiento y nos entristecemos si el mundo no actúa de la misma forma que nosotros y confundimos sensibilidad con emociones desequilibradas y sentimentalismos idiotas e infantiles. Si tenemos el temperamento mas frío, igualmente exageramos el modo de encarar el mundo y las personas.
Y cada cual quiere que el mundo se encuadre a su patrón de medida, no admitiendo que la verdad tal vez no este ni con nosotros, ni con los otros, pero si en un término medio.
Aprendamos a ser honestos con nosotros mismos y con nuestro prójimo, como primera meta de perfeccionamiento de nuestro universo íntimo. Vamos a decir a las personas, con cariño y amor, exactamente aquello que creemos. Y podemos hacer eso con la convicción de que estamos ayudando al hermano a crecer, en la medida en que no pactamos con falsos valores de lisonja, que a la manera de buitre invisible, corroe nuestro interior. Es preferible no decir nada, a pactar con la mentira. Es preferible no elogiar cuando la situación no merezca elogios.
La mentira, la falsedad, la lisonja falsa, son como la suciedad, que comprometen la rigidez de nuestro carácter, debilitan nuestras fuerzas constructivas, así como nuestra moral, volivéndonos vulnerables al desequilibrio. Una mente sana es esencialmente honesta consigo misma, pues es difícil tener una mente limpia, con ideas claras, cuando estamos jugando a la deshonestidad y siendo libertinos con la lealtad.
Sin falsas humildades, sin orgullos altivos, pero antes con un profundo sentimiento de lealtad, vamos a analizarnos a nosotros mismos y colocarnos delante del mundo. Y con esa disposición vamos a actuar igualmente en relación a las personas, en la medida en que vayamos aprendiendo a dejar de lado futilidades, hipocresías, iremos liberándonos de cargas inútiles que llevamos con nosotros, fruto de una educación torpe, de una cultura volcada hacia falsos valores, que diviniza el poder, la gloria, la riqueza, en fín, todos los valores esencialmente materiales, colocando de lado al hombre y sus virtudes potenciales. No debe importarnos los aplausos del mundo, esos son efímeros, falsos brillantes. Lo que mas debe importarnos es nuestra rectitud de carácter, nuestra lealtad, nuestra honestidad para con los valores del Espíritu. Esas son nuestras verdaderas riquezas, nuestros tesoros que nos dio el divino Maestre y que él ladrón no roba, ni el ácido, ni el óxido corroen. No es de ninguna utilidad para el Espíritu pasar por la vida alimentado por el corrosivo fermento de la lisonja y los debilitantes saludos de los inconsecuentes amigos, pero al final de la jornada tendrá que fatalmente encararse con la inmutabilidad de la Ley. La Ley verdadera en su esencia, nos mostrará en la exacta medida lo que somos. Prefieran pues conoceros ahora que teneis la oportunidad de reformularos y desenvolveros gracias a esa dádiva del Creador que es la vida. La meta real de la vida es la evolución y no la expansión de ese universo que cada uno de nosotros representa.
Vamos a ser leales con nosotros mismos, morarnos exactamente como somos, para que sepamos, en toda su extensión, todo aquellos que precisamos cambiar. Y también mirar a nuestro prójimo con esa misma lealtad, sin dejarnos llevar por los falsos valores de una sociedad condescendiente y adulterada, que valoriza apariencias, ignorando lo esencial.
Si fuéramos sinceros, conscientes de nuestro papel en el drama cósmico, estaríamos aptos para ejercer otra virtud, igualmente preciosa, la simplicidad.
Esa misma sociedad que crea falsos valores morales, crea un sin número de necesidades artificiales en el hombre, induciéndolo a tener, a acumular bienes. Se crean necesidades artificiales que arraigándose profundamente a los hábitos humanos, aunque siendo banalidades tontas, pasan a ser consideras como esenciales.
La esencia de la vida es simple. Los pájaros se alimentan de granos y semillas. Las plantas extraen del suelo sus necesidades. Y al hombre le fueron dadas todas las fuentes necesarias para vivir de forma mas sana y simple.
Pero la sociedad, la tecnología, el avance cultural, volvieron al hombre tan absurdamente artificial que les es difícil distinguir entre lo esencial y lo superfluo.
Campañas publicitarias, periódicos, diarios, televisión, en fín todos los medios de comunicación, llevan al hombre a transformarse en una extraña máquina de ingerir, de consumir, de acumular. Hasta los conceptos mas simples, como la libertad, por ejemplo, son falseados por esa máquina castradora llamada tecnología. No tenemos nada en contra del progreso tecnológico. Menos aún con el avance de la cultura humana en dirección a la maquinaria que facilita la vida del hombre, liberándolo del trabajo pesado y brutal, liberándolo para el ejercicio de actividades, donde use mas la capacidad cerebral. Ese avance es positivo, en la medida en que facilita la vida humana. Lo que no estamos de acuerdo es con lo artificial en que se transformó la vida humana.
Existe apenas una meta, el consumo. Se pasó a creer que el hombre es más importante en relacción a los bienes que él posea. Y en ese círculo vicioso, se busca tener mas, acumular mas para ser mas considerado. Y cuando se acumulan bienes en cantidad considerable, se pasa a vivir una verdadera pesadilla. La codicia y la envídia por parte de los amigos, ataques, asaltos, violencias constantes que hacen al afortunado vivir en régimen de sobresalto, temiendo ser robado, temiendo ser muerto, temiendo perder sus bienes, esos mismos bienes que se transformaron en su carcelero. Es la prisión dorada de los bienes naturales.
El dinero, la riqueza, vista en sí misma, no es ni un bien, ni un mal, pero sí una modalidad de experiencia que el Espíritu debe experimentar en el transcurrir de las inmumerables vidas. Lo que decidirá, si los bienes materiales serán un bien o un mal será su uso. El problema básico está en el apego que el hombre desenvuelve por los bienes que acumula, creyendo en las artificialidades como partes integrantes de su naturaleza, no pudiendo desprenderse mas de ellas. Y sufre terriblemente cuando se ve privado de esos bienes superfluos que en la mayoría de las veces, son factores de tropiezos, grandes impedimentos que pesan desfavorablemente en su vida espiritual una vez que la administración de todos esos tesoros lo absorven casi totalmente. Y el afortunado no tiene tiempo para los valores espirituales.
Y vidas y vidas, el hombre desperdicia las oportunidades de refinar sus valores morales, pues siendo algo muy importante ocupa todo su tiempo persiguiendo los objetivos materiales que se anulan con la gran transformación llegada con la muerte.
Usando un simile, es como sí fuesen adultos que como niños en una playa llena de sol, pasaran todo el tiempo construyendo castillos de arena y después de esos grandes esfuerzos para construir nuestro castillo, una ola mas atrevida lo arrastrase para las aguas, para nuevamente inicar la construcción del castillo para ser arrastrado por las olas de mar.
Lo mismo sucede con nuestras vidas, construímos castillos que aunque sólidos, deberán ser abandonados cuando en el movimiento cíclico de la naturaleza, la ola de la vida nos arrastre para otros planos, y sorprendidos por la muerte inexorable, caen los castillos desmoronándose las fortalezas, quedando apenas la sensación dolorosa de la inutilidad de todo aquello que fue el gran impulso que nos motivó durante toda la vida. En esa hora de la gran partida tenemos las escenas patéticas conmovedoras, cuando los hombres ilustres, los dueños de considerables fortunas, los señores poderosos complejos industriales, los líderes de sólidas organizaciones dejan repentinamente la ropa física y atontados, se ven expulsados de sus posiciones destacadas. Es doloroso, decepcionante, y en una fracción ínfima de tiempo, los títulos, los bienes, el dorado de la gloria humana se tranforman en nada, en cuanto los gusanos corrosivos inician el trabajo de descomposición cadavérica. ¿Dónde quedó el hombre importante?, ¿dónde el liderazgo de la sólida organización?, restó apenas una certeza dolorosa: el vacio.
La sociedad actual padece del mal del consumo. Mal del consumo, no porque el consumo sea malo, sino por la artificialidad en que el hombre vienen viviendo.
El Divino Maestro en el Sermón de las bienaventuranzas, exortó a los humildes, a los simples. En la simplicidad reside el secreto de una vida felíz. Y un ser de alta envergadura espiritual, nos legó ese maravilloso ejemplo de simplicidad. Nadie mejoró El, supo captar la mágia de la vida simple, del despojamiento de sí mismo, de la comunión íntima con lo que hay de mas puro y bello: la naturaleza, los animales, el sol, la luna.
Francisco de Asís es nuestro modelo para el futuro. Es inspirados en ese Mentor que hablamos de simplicidad. El es la gema preciosa de la espiritualidad, que mejor sintetiza el espíritu renovador de la Nueva Era: la vuelta a la simplicidad, a la eliminación de lo supérfluo, para una mayor integración con nosotros mismos y con los elementos de la naturaleza.
El caminar de la civilización, desde el punto de vista material, llega al sumun. El avance tecnológico alcanzó metas inimaginables para el hombre de algunas décadas anteriores. Y, como en la naturaleza todo evoluciona, es el momento del hombre para aprovechar ese avance tenológico utilizándolo para fines mas humanitarios, realizando la síntesis entre la simplidad de vivir y el avance tecnológico. Puede a primera vista parecer que esa síntesis sea imposible y que estos aspectos sean irreconciliables. Mismo así, la Ley del amor busca el progreso de las criaturas.
¿Por qué tendría el hombre que con esfuerzo herculano, levantar piedras, si una grúa hidraúlica puede hacerlo?. ¿Por qué tendría el hombre que arar la tierra con el esfuerzo de los propios brazos, si la maquinaria puede hacerlo? .
El avance tecnológico es una conquista humana y como tal es un derecho inalienable de la herencia cultural. Así mismo, ese es el espíritu renovador de la Nueva Era, es necesario asociar la simplicidad a ese avance de la técnica. Al lado de los descubrientos maravillosos, existen invenciones diabólicas. Quiere la Ley que el hombre descubra, uno a uno los secretos de la naturaleza, en su propio beneficio, una vez que este sirve al hombre, arranca de la naturaleza un secreto creador y en seguida, le da un uso destructor. En el actual estado de nuestra civilización, el demonio ha predominado sobre el ángel.
Es hora puede de quedarnos con el ejemplo de ese Epíritu de élite, en ese Mentor de las Nuevas Eras, volver a la simplicidad, a la singularidad, liberándonos de los hábitos artificiales. Analicemos racionalmente lo que nos rodea y veremos, espantados, cuantas joyas de fantaría ha realizado la moderna tecnología junto con creaciones realmente magistrales de la profunda significación para el progreso humano. Aprovechemos el aspecto positivo de la tecnología y asociémoslo a la simplicidad de la vida. Apartemos lo superfluo, que lejos de proporcionar paz, confor y tranquilidad, sirven apenas para, a la manera de un carcelero, atarnos al polvo de la tierra. Estamos a tiempo de volver nuestros ojos para los recursos de la naturaleza, para esa riqueza que está a nuestro alrededor y que hemos despreciado inconsecuentemente.
Ser simple, integrarse con la naturaleza. A la manera de Francisco de Asís, reconozcamos nuestra hermandad con el sol, con la luna, con el universo.
Somos hermanos en la medida en que procedemos de una misma fuente, tenemos un origen común.
Si comprendiésemos ese matrimonio cósmico del hombre con la naturaleza; el significado de esa hermandad energética, estaríamos realizando en la tierra, el Cristianismo en sus orígenes reales.
Ese es el gran avance previsto para la civilización en el estado actual. El progreso tecnológico, al servicio del hombre, resolviendo los problemas de orden material y el Cristianismo que revive, está lleno de chantajes, con idiotas supersticiones, crencias, dogmas de todo tipo, vanalidades que el sacerdocio organizado, falsamente introdujo en la religión.
Religión, re-ligarse volver a unir al hombre con el Padre. Esa religión para los tiempos actuales, tendrá que, a la fuerza, aprovechar toda la herencia cultural de la humanidad.
Es necesario separar, en el recipiente, las piedras preciosas de los cascotes, poseer lo que haya de precioso, no une al Creador, a través de la simplicidad de la vuelta a la naturaleza, a nuestros orígenes, en una mentalidad nueva que devuelva al hombre la dignidad perdida.
La sociedad tecnicista colocó al hombre y al humano en segundo plano, dando enfasis al aspecto material, al mundo objetivo. Somete al hombre, en esta nueva etapa, usar el tenicismo para el resurgimiento propio y no su rebajamiento. Por falta de directriz espiritual, el hombre pasó a servir a la máquina. Cuando tengamos en mente que lo primordial es nuestra expansión espiritual, nuestro crecimiento interior y que todo está a nuestro alrededor, al servicio de esa expansión, de ese crecimiento, entonces reconquistaremos nuestra posición perdida.
Se cuentan a millares, el número de cosas inútiles, de necesidades artificiales, cuando no perjudiciales, que la propaganda en un verdadero proceso de lavado cerebral, lleva al hombre a consumir. No consideran ni a los niños, ni incluso a los animales llamados de compañía. Todo es motivo para hacer creer al hombre que esas joyas artificiales son fundamentales para su vida.
Como resultado, tenemos un ser distante de él mismo, en un proceso alienado, en una dicotomía irreversible, entre vida espiritual y vida material. Y esa unión, de desprecio hacia todo, es perfectamente posible. Basta aprovechar el progreso material en su avance, como un apoyo al crecimiento humano y no como un factor de esclavitud artificial.
Simplicidad es la palabra mágica. Vamos a ser simples, como simple es el ave que vuela el cielo, como simple es la flor que se abre, como simple es la verdadera manifestación del afecto.
Liberémonos de todo aquello que durante siglos ha atado al hombre a la tierra. Y si volvemos los ojos para el lado simple de la vida, nos liberaremos de las neurosis, de las ansiedades, del vacio interior, porvocado por el exceso de objetos materiales y carencia del alimento espiritual.
VAMOS A SER SIMPLES, COMO FUE FRANCISCO DE ASÍS.
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